muerte

Me sentía con mucho frío.

No podía hacer nada. La tranquilidad de la noche y el aire circulando mi cuerpo solo me dieron una idea. Correr. Empecé a correr tan rápido como pude. No sabía a dónde ir. En cada esquina me detenía para ver si un coche tenía la suerte de atropellarme. Ningún auto aparecía. Todo era diferente. Distinto. Pensaba que estaba en la angelópolis. Aunque algo era diferente. La vista no me permitía observar lo que sucedía a mi alrededor. Era como si todo perdiera los tonos, todos los colores se perdían, como si el reflejo de la luna dibujara todo. Nada era a color. No distinguía el color de los semáforos. Pero para qué había semáforos si no había coches.

Sigo corriendo. Estoy cerca de casa. Un extraño sentimiento me hace ir.

Corro. Los tennis me hacen ir rápido. Estoy a una cuadra de mi casa. Algo parece diferente. Unas casas están cambiadas. Es como si no fuera mi calle. Sigo corriendo, busco el perro de los vecinos. No está. Qué extraño. Siempre me ladra cuando paso corriendo. Llego a mi casa. Busco las llaves. No las traigo. En la cochera no veo mi coche. Extraño. Voy a tocar el timbre y veo que se abre la puerta. Mi hermano, qué hace mi hermano en casa, él vive en Australia. Me da alegría verlo. Me acerco a la puerta y lo veo. Lo voy a abrazar cuando me detengo. La sonrisa desaparece de mi cuerpo. Me doy la media vuelta. Me alejo caminando por la acera. No recordaba que el tiempo había pasado.

No recordaba que estaba muerto.

Feliz día de muertos.